Congregación de Hermanas Dominicas de la Anunciata

«Contemplar y dar a los demás lo contemplado».
«Contemplando en el misterio de la Anunciación la entrega del Verbo a la humanidad, encontraremos el amor, la luz y la alegría que nos impulsen a promover a la persona humana hacia la plenitud en Cristo y ayudar así a la configuración cristiana del mundo».

Las Hermanas Dominicas de la Anunciata constitui­mos en la Iglesia una Congregación religiosa de vida apostó­lica, de derecho pontificio, inserta en la Orden de Frailes Predicadores por nuestro Fundador, San Francisco Coll y Guitart, OP.

Nuestra norma de vida es el seguimiento de Cristo tal como se propone en el Evangelio, mediante la práctica, en comunión fraterna, de los consejos evangélicos y la entrega al servicio de Dios y de la Iglesia, en una consagración que radica en la del bautismo y la expresa más plenamente. Buscando de este modo la perfección de la caridad, queremos ser un testimonio del Reino a fin de que todos glorifiquemos al Padre que está en los cielos.

Nuestro Padre San Francisco Coll fundó la Congrega­ción para anunciar el Mensaje de Salvación a todos, especial­mente a la niñez y juventud a través de la educación.
Contemplando en el misterio de la Anunciación la entrega del Verbo a la humanidad, encontraremos el amor, la luz y la alegría que nos impulsen a promover a la persona humana hacia la plenitud en Cristo y ayudar así a la configuración cristiana del mundo.

María, Virgen de la Anunciación, nos llevará a acoger y anunciar con gozo, en fe y disponibilidad, la Palabra de Dios.

Los comienzos de la congregación fueron difíciles. Encontró oposición por parte de los mismos eclesiásticos y del propio Obispo, pero el Padre Coll estaba convencido de que era obra de Dios y la fundación salió adelante. Comenzó en Vic (Barcelona) con siete jóvenes el 15 de agosto de 1856. En febrero de 1857 se acrecentó considerablemente el grupo con la incorporación de unas jóvenes dedicadas a la enseñanza y obras de caridad, pero que no habían hecho profesión religiosa; por entonces tenían ya cinco casas que pasaron a la Congregación naciente. El padre Coll al fundar quiso como raíz de su obra una filiación dominicana, considerando a la Congregación como “una rama del árbol de la Tercera Orden de Santo Domingo”.

La idea del fundador desde el comienzo, fue que las Hermanas se dedicaran a los niños y jóvenes más necesitados. Por este motivo, las comunidades fueron dirigidas a los pueblos de la zona rural y como medio más común para que la enseñanza fuese gratuita obtener la escuela pública. Con empeño afrontó el P. Coll el problema de la preparación de las Hermanas. La revolución de septiembre de 1869 y consiguiente Constitución española de 1869 despejó a numerosas Hermanas de las plazas que habían obtenido. Ello motivó que se fuese dejando la escuela pública y se fundasen colegios privados, muchos de ellos al alero de las fábricas textiles de Cataluña y más tarde, en zonas mineras de Asturias y pueblos de Castilla y la Mancha.

Cuando el P. Coll muere en 1875, la congregación llevaba diecinueve años en marcha, dejaba 50 casas y unas 300 Religiosas, todas en Cataluña, a pesar de que su deseo era que el Instituto se extendiese por el mundo entero. Y así fue.

En 1897 el primer colegio en Asturias (Sama de Langreo) y en 1908, la primera fuera de España (Argentina). En el año 1955 la Congregación inicia su acción misionera en Centroamérica, y más tarde en Perú y Chile. Con la renovación conciliar se intensifica el impulso misionero. Se quiere que las cuatro provincias de España tengan su proyección misionera y la Congregación se extiende a varios países de África, y por Brasil. A su vez, la Provincia de Sudamérica funda casas de misión en el norte argentino y Uruguay. Por último en 1987 la expansión llega a Oriente con una fundación en Filipinas.

Oración

La oración ha de ser para nosotras un entrar en comunión con la voluntad del Padre en Cristo, conducidas por el Espíritu Santo.
Las hermanas estamos llamadas a ser testigos «de lo que hemos visto y oído», proclamando existencialmente que el único Absoluto es Dios y que Jesús vive y peregrina con nosotros hacia la consumación del Reino.
Cristo siempre orante en su Iglesia, nos dispone a celebrar la fe en una actitud de alabanza y agradecimiento por la presencia de Dios en el mundo y en la historia; nos conforta en la esperanza activa y nos vitaliza en el amor que se ha de expandir en la comunidad fraterna y en la misión apostólica.
Tendremos especial devoción a María, Virgen de la Anunciación, Madre de Cristo y de la Iglesia. De ella aprenderemos a guardar la Palabra en nuestro corazón, a encarnarla en nuestra vida y ofrecerla al mundo en una continua evangelización.
Recordando el celo con que nuestro Padre Fundador predicaba y meditaba los misterios del Rosario, las hermanas rezaremos diariamente una parte en comunidad.

María de la Anunciación

Tendremos especial devoción a María, Virgen de la Anunciación, Madre de Cristo y de la Iglesia. De ella aprenderemos a guardar la Palabra en nuestro corazón, a encarnarla en nuestra vida y ofrecerla al mundo en una continua evangelización.

Formación

El estudio que en su esencia misma es la búsqueda de la Verdad, exige una dedicación asidua para que esa Verdad penetre en lo más profundo de nuestras vidas y podamos transmitirla a los demás.
Santo Domingo insertó profundamente en el ideal de la Orden el estudio dirigido al ministerio de la salvación, y nuestro Fundador, que nos quiso auténticas dominicas, dedicadas fundamentalmente a la educación de la niñez y de la juventud, sintió la necesidad de dejarnos el estudio, como un elemento constitutivo de nuestra vida regular.
Así, leemos en su Regla: «Os mando que tengáis una hora de estudio con la misma obligación y rigor con que deberíais hacer la santa oración». Y él mismo cuidaba de que las hermanas aprovecharan el tiempo, a él dedicado, estimulándolas con su ejemplo.

Misión

Nuestra labor apostólica, ya sea a través de la educación, de la acción parroquial, social, atención sanitaria o en otras mediaciones, tiene dimensión eclesial, ya que la realizamos en nombre y por mandato de la Iglesia. Conscientes de ello, trabajaremos en cualquier ministerio al que seamos enviadas y colaboraremos activamente con los otros agentes en la pastoral de la diócesis, siempre dentro del carisma y fin propio de la Congregación.
La actividad apostólica debe fluir de la oración y contemplación: «contemplar y dar a los demás lo contemplado». Ésta nos ayudará a crear un «espacio interior» en el que nos encontraremos con nosotras mismas y con Dios. A la vez, la acción ha de realizarse de tal manera que nos disponga a orar y contemplar mejor.

Comunidad

Las hermanas, al responder a la llamada del Señor a la vida religiosa, nos reunimos en una misma casa sobre todo para vivir unidas en caridad, teniendo, a ejemplo de la Iglesia primitiva, una sola alma y un solo corazón hacia Dios. Dicha unidad alcanza su plenitud más allá de los límites de nuestra casa, extendiéndose a la Congregación entera. «Esta unión -como dice el Padre Coll- debe ser ante todas y sobre todas las cosas, y el día que esta unión faltare, lo que no permita Dios Nuestro Señor, queda ya destruido este santo instituto»
Formamos una comunidad de vida -en el amor, en la práctica de los consejos evangélicos, en la oración, en el estudio y en la misión apostólica- edificada en Cristo al servicio del mundo. Solamente si construimos primero en nuestra propia casa esta verdadera comunidad eclesial, seremos signo de reconciliación universal en Cristo y marcharemos con todo el pueblo de Dios, hacia la comunidad eterna donde Dios es todo para todos. Nuestras comunidades han de ser “santuario de compasión” y escuela de perdón que, en un ambiente de acogida, discernimiento y ayuda mutua favorezcan e impulsen la fidelidad a la llamada, hagan posible la corrección fraterna y se mantengan en actitud permanente de perdón y reconciliación.

La Congregación de las Hermanas Dominicas de la Anunciata está extendida
por cuatro continentes, presente en 21 países.